Ajolotla y La Galarza: después de la tormenta, la esperanza
En una remota comunidad enclavada entre las montañas del municipio de Chignahuapan, doña Guadalupe Téllez y su madre esperan sentadas en una banca improvisada con tablas y ladrillos.Frente a lo que solía ser su hogar, ahora convertido en escombros y lodo, respiran profundo y ven pasar a los brigadistas, a los vecinos, con la esperanza de que, entre tanto dolor, algo bueno vuelva a florecer.
“La casa se ladeó… el agua se llevó todo. Fuimos la primera familia afectada”, exclama Guadalupe, aún con la voz entrecortada, al gobernador Alejandro Armenta Mier. “Necesitamos que se retranque, porque si vuelve a llover así, no lo contamos”, añadió.
El pasado lunes 2 de mayo, una tromba azotó la localidad de Ajolotla, en Chignahuapan, y cambió la vida de decenas de familias. El agua bajó con furia desde las partes altas de la comunidad, provocando inundaciones y arrastrando consigo muebles, cosechas, animales y sueños. La emergencia comenzó alrededor de las seis de la tarde, y en cuestión de minutos, las calles eran ríos y los patios, lagunas.
Pero en medio del lodo, brotó la solidaridad. La mañana del miércoles, el gobernador Alejandro Armenta llegó a Ajolotla acompañado de su gabinete y autoridades municipales.
Caminó entre las calles anegadas, escuchó a las y los pobladores, y se comprometió con ellos: “Es una tragedia, pero lo importante es que no hubo muertes. Los bienes materiales los vamos a reponer juntos”.
El gobierno estatal contabilizó 70 viviendas dañadas, 35 de ellas con afectaciones severas que requieren intervención urgente. El mandatario poblano prometio a todas las familias damnificadas brindarles apoyo económico, materiales de construcción, y un programa de empleo temporal para reactivar la economía local.
La tragedia no terminó en Ajolotla. También en la comunidad de La Galarza, en el municipio de Izúcar de Matamoros, las lluvias dejaron un panorama devastador: 19 viviendas afectadas, cinco de ellas con daños estructurales graves.
Allí también llegó el gobernador Armenta, no con discursos, sino con refrigeradores, colchones, estufas y ayuda directa para quienes lo perdieron todo.
“Nos vamos a levantar”, dicen con fuerza los vecinos de ambas comunidades. Lo dicen mientras remueven el lodo, mientras secan las paredes, mientras organizan la reconstrucción. Porque si algo tienen claro Guadalupe y su madre —y tantas otras familias— es que aunque el agua arrasa, la esperanza siempre vuelve a brotar.
Ajolotla y La Galarza: después de la tormenta, la esperanza