“Man tian guo hai” es la estrategia china que consiste en “cruzar el mar confundiendo al cielo”.
Se basa en la idea de que, a menudo, las personas ignoran lo que les es familiar.
Por eso, es una de las preferidas del presidente Andrés Manuel López Obrador.
El proceso de Revocación de Mandato fue la oportunidad de demostrarlo.
Sí, esta consulta sienta precedente, porque se incorpora a la vida democrática del país. El presidente de la llamada 4T otorgó al pueblo de México un instrumento de participación ciudadana para que pueda quitar a los gobernantes que pierdan su confianza.
¿Qué gobernante daría a sus gobernados la posibilidad de permitirle continuar o no en el cargo? Aquel que sabe que continuará en el poder.
Rumbo a la jornada del 10 de abril, el presidente de México logró que propios y extraños centraran su atención en la realización de un ejercicio de participación ciudadana, pero en realidad buscó legitimarse como un gobernante digno del respaldo del pueblo. De este modo, creó un momento histórico que da fuerza y sentido a la narrativa de la Cuarta Transformación.
La consulta de Revocación de Mandato, como las otras que se han concebido en este sexenio, son parte de un “legado democrático” que ratifica la superioridad de López Obrador en la escena del poder político en nuestro país.
La oposición no se equivocaba al señalar que la Revocación de Mandato era un ejercicio de propaganda para ratificar la buena imagen del presidente, cuyos altos niveles de aprobación ciudadana lo animaron a consumar un ejercicio que no podía perder. Pero mientras se dedicó a construir argumentos para descalificarla consulta, Morena consumó un ejercicio de movilización electoral que ahora le permite identificar fortalezas y debilidades de cara a la elección de 2024.
Efectivamente, mientras las estructuras morenistas avanzaron en su conquista territorial a lo largo y ancho del país, la oposición se vio incapaz de coordinar acciones para inhibir o neutralizar los embates del régimen.
No puede atribuirse como logro suyo el nivel de abstención del pasado domingo, porque, aunque lo alentó, es una condición que no le significa beneficios. Sería ridículo. Tan ridículo como suponer que la gente no salió a votar por rechazar al presidente.
Al pensar en las condiciones del triunfo electoral de López Obrador en 2018, se puede advertir que en esta ocasión hubo un elemento ausente, un incentivo relevante que apuntaló la victoria de Morena hace ya casi cuatro años, y fue el voto de castigo contra el PAN, el PRI y el PRD. Y a estas alturas, esas fuerzas políticas siguen sin descubrir la manera de recuperar la aceptación de los ciudadanos.
Por tal razón, la oposición no tomó el 10 de abril como una oportunidad para competir contra Morena. No hizo campaña para hacer que se votara en contra de la continuidad del presidente en el cargo. Se conformó con tener voz sin ser decisor, tal vez, con la esperanza de ganar tiempo y hallar en el camino las respuestas que necesita para dejar la lona sin acrecentar su desgaste.
Su mejor opción era hacer suya la lucha por proteger al INE como institución democrática de cara a futuras contiendas electorales, pero fue tal el desconcierto que privó en sus filas que tampoco pudo evitar la derrota moral de este árbitro que promete ser reformado como consecuencia de su vulnerado prestigio.
La arrogancia de los detractores del presidente y su partido les impide ver que se siguen equivocando. Otra vez, AMLO cruzó el mar confundiendo al cielo.
Pese a que solamente se instaló el 30% de las casillas de las elecciones federales de 2018, más de 16 millones de mexicanos salieron a votar, y de ellos, el 92% se pronunció porque siga Andrés Manuel. El éxito de un proceso democrático está dado por el resultado, y el resultado favoreció al régimen.