Por: Redacción
Para el pensador Boaventura de Sousa Santos, existen tres hegemonías que imperan en el mundo: el capitalismo, el racismo y el patriarcado. De ellas, la tercera enfrenta múltiples resistencias que se traducen en convergencias sociales para su acotamiento y eventual desaparición. Para lograrlo, es necesario identificar las manifestaciones, de esta hegemonía para comprenderla y hacerle frente.
Como parte de las actividades en el marco del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la IBERO Puebla a través del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría, SJ. (IDHIE) celebró un conversatorio con representantes de colectivas feministas en donde se exploró minuciosamente la violencia de género en espacios digitales.
Esta y todas las agresiones contra las mujeres se encuentran enraizadas en una cultura patriarcal que reproduce estereotipos y roles de género discriminatorios. “La violencia constituye un obstáculo para el logro de la paz en los espacios públicos y privados. Se establece como una relación de poder que busca subordinar a las mujeres”, reflexionó el Mtro. Juan Luis Hernández Avendaño, director general del Medio Universitario.
Como recordó la Mtra. Rosario Arrambide González, directora del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría, SJ (IDHIE) de la IBERO Puebla, la conmemoración del 25N tiene su origen en el brutal asesinato de las hermanas Mirabal. Patria, Minerva y María Teresa fueron asesinadas en noviembre de 1960 por su oposición activa al régimen de Rafael Trujillo en República Dominicana.
Colectivas en espacios digitales
El proyecto Luchadoras surgió como un espacio dedicado a contar historias de mujeres guerreras en el espacio digital. Actualmente, se dedican a la investigación y difusión informativa para que todas las mujeres puedan moldear sus experiencias cibernéticas desde el autocuidado.
Con cobertura en toda América Latina, Vita Activa es una respuesta reflexiva previa a la apropiación crítica y responsable de la narrativa de las violencias. Durante la pandemia, también han atendido casos de estrés, cansancio crónico y ansiedad.
Fundada en Chile a principios de 2020, Colectiva Mecha es coordinada por tres mujeres latinoamericanas con intereses relacionados con la sexualidad y las tecnologías. Igualmente, se han volcado a la construcción de memoria de casos de feminicidios y otras modalidades de violencia a través de contenido visual que refleje una resistencia amorosa.
La colectiva Ciberseguras busca facilitar que las personas tengan acceso a una vida libre de violencia por internet, así como aprender a contener las violencias propias y comunitarias. Buscan facilitar el desarrollo de habilidades digitales críticas para construir un espacio digital inclusivo que permita subvertir las estructuras patriarcales que surgen del espacio tangible.
Finalmente, la ONG Amaranta, concebida en el sur de Chile, tiene como objetivo la prevención de las violencias a través de la educación, así como la atención a casos que ya están presentes. Sus actividades lúdicas e integradoras se enfocan en la literatura y la cultura.
Sobre la violencia digital
Todas las personas que no sean varones cisheterosexuales viven algún tipo de violencia; la digital es una modalidad que se manifiesta en plataformas y dispositivos de internet y puede vulnerar a cualquier usuaria. Así lo valoró, Lulú Barrera, representante de Luchadoras.
Existe una urgencia evidente de que todas las personas, incluidas las propias mujeres, entiendan lo que significa la perspectiva de género para deconstruir todas las bases teóricas y prácticas. “¿En qué medida estoy revictimizando a las personas o ejerciendo violencia contra mí misma al hacer la investigación?”, cuestionó Luisa Ortiz de Vita Activa.
Antes de la pandemia, la colectiva mexicana recibía múltiples peticiones de ayuda por el estrés que se genera cuando una persona recibe amenazas de difusión de contenido íntimo sin consentimiento. Tras ocho meses en confinamiento, han recibido llamadas de personas que venden sus fotografías íntimas para obtener ingresos, lo cual deriva en múltiples formas de extorsión y evidencia la inseguridad económica que viven muchas mujeres.
Existe un amplio estigma social en cuanto al uso de las tecnologías como un espacio de expresión sexual. Aunque ha cambiado el discurso público, la problemática recae en la ruptura del pacto de confidencialidad entre dos personas.
Muchas de las violencias que se ejercían en el espacio físico se están manifestando en los ámbitos virtuales. Alex Argüelles, colaboradora de Ciberseguras, se refirió a los actos de desacreditación y censura a las mujeres que denuncian prácticas violentas y buscan la incidencia social. “Estas violencias surgen como una especie de castigo instaurado por las estructuras patriarcales”.
En Chile, el país más conectado del Cono Sur, existe una nula alfabetización digital que impacta a todos los sectores sociales, incluidas las autoridades. Cecilia Ananías de Amaranta reconoció que, si bien las mujeres feministas tienen redes de apoyo para denunciar estas conductas, el grueso de la población femenina no tiene estas posibilidades, especialmente cuando las violencias provienen de círculos cercanos.
Desde el estallido social en el país andino, las mujeres de la disidencia no confían en las instituciones para denunciar sus vivencias. Esto desencadena un círculo vicioso en donde las autoridades no cuentan con insumos para actuar por la falta de participación ciudadana.
Hacia un marco normativo
Han sido las víctimas las que han impulsado los cambios en la ley; Olimpia Coral, con la ley contra la sextorsión que lleva su nombre, es un ejemplo claro. Desde la tipificación de esta conducta, más de 2,000 mujeres han presentado denuncias. El gran reto, valoró Lulú Barrera, es que las instituciones garanticen el cumplimiento de estas leyes.
Como compartió Karen Vergara de Colectiva Mecha, en Chile hay muy poco marco normativo en materia de violencias de género. Las organizaciones sociales y la Cámara Baja han supuesto respuestas subversivas que proponen nuevos marcos normativos con perspectiva de género y derechos humanos.
Las panelistas coincidieron en que, desde sus respectivos espacios, buscan contribuir a tener más herramientas para cambiar la relación con las tecnologías. A través de los procesos de aprendizaje colectivo, se busca que las mujeres sientan que pueden utilizar las tecnologías para su favor, así como tener un control de la información personal que circula en la red.
Compartieron la valoración de que las colectivas se encuentran en permanente proceso de aprendizaje e integración a través de la escucha activa y el acompañamiento interpersonal. Lulú Barrera refrendó que las tecnologías no deben ser solo para protegerse, sino para crear de manera individual y colectiva. “La contención y sanación de la violencia se hace en conjunto porque todas vibramos cuando a una le duele: si tocan a una nos tocan a todas”.